Las mascotas hacen familia

Junto a las 272.839 personas de 0 a 14 años que habitaban los hogares de Canarias en 2022 había 428.440 perros, 1,5 canes por menor

Desalojo de mascotas por el incendio en Tenerife

Desalojo de mascotas por el incendio en Tenerife / Carsten W. Lauritsen

Sergio Lojendio

Sergio Lojendio

Desconocen lo que supone pasarse la noche en vela junto a la cuna de un bebé que llora sin consuelo y tener que salir a toda prisa, con el alma encogida en un puño, en busca de la urgencia pediátrica, pero en cambio corren al veterinario cuando sus mascotas manifiestan algún comportamiento anormal, por muy leve que sea. Ignoran lo que supone llevar o recoger a un hijo o una hija al colegio, y sin embargo mantienen con rigor la rutina de pasear a sus animales, haga frío o calor, llueva o truene y a cualquier hora del día o de la noche. Nunca han escuchado una tierna voz que los llame mamá o papá, ni tampoco sus desgarradores llantos, pero sí reconocen los ladridos y saltos de emoción, movimientos de cola incluidos, o esos prolongados y agudos maullidos –casi lamentos– cada vez que giran la llave y traspasan las puertas de sus viviendas.

Este revolucionario cambio en el comportamiento social y en la escala de valores, propio de las sociedades avanzadas, responde a un conjunto de factores que se manifiestan estadísticamente por un creciente descenso de la natalidad, ligado a una galopante caída de los índices de fecundidad. Baste decir que en 2019, el Archipiélago se situó como la Comunidad Autónoma con la tasa de fecundidad más baja del país (0,97 hijos por mujer). Las causas de este déficit son consecuencia, en buena medida, de los bajos salarios, de la falta de estabilidad laboral y de la dificultad que tienen las parejas para conciliar la vida privada con la profesional, lo que convierte el deseo de formar una familia en una aspiración casi imposible. A esto también se suma la necesidad de sentir un calor animal capaz de cubrir el vacío que deja esa enfermedad llamada soledad, así como también la ausencia de cariño, acuciantes en una sociedad cada vez más envejecida. Además, está presente el cambio de las preferencias entre las nuevas generaciones y esa tendencia hacia un modelo de sociedad cada vez más digital y más emocional, conformando lo que se denomina una familia interespecie, esa en la que las mascotas se integran como un miembro más.

En los tres primeros meses de 2023 nacieron en España 78.535 niños y niñas, la segunda cifra más baja desde que existen datos, solo superada, y por muy poco, por la del mismo período del año 2021, en plena pandemia de covid, según revela la Estadística Mensual de Nacimientos del Instituto Nacional de Estadística (INE), que refleja un descenso interanual del 13,32 % en el Archipiélago, convirtiendo a Canarias en una de las Comunidades Autónomas con una mayor caída de la tasa de natalidad en el periodo que va entre 2017 y 2021. Concretamente, este índice disminuyó un 22%, una cifra alarmante en comparación con el promedio de decrecimiento de la tasa de natalidad en España, que se cifró en un 16%. El número de nacidos en Canarias se sitúa anualmente en un total de 13.000 personas, aproximadamente, un valor que al compararlo con años anteriores se reduce un 19%, siendo las Islas una de las regiones con menor número de alumbramientos. Además, los nacidos ya han disminuido un 5% más que en el resto del territorio español.

En el caso de Canarias, el INE registraba a comienzos del 2022 la cifra de 272.839 personas de entre 0 y 14 años sobre una población de 2.177.701 habitantes, mientras la Asociación Nacional de Fabricantes de Alimentos para Animales de Compañía (ANFAAC) establecía un censo en el Archipiélago –solo referido a perros– de 428.440 animales, lo que representa una tasa de 1,57 canes por cada menor, valor que se sitúa por encima de la media nacional. Los datos del Registro Canario de Identificación Animal hablan de un censo para 2023 en Canarias de 580.701 perros, 94.911 gatos, 6.506 équidos y 4.913 clasificados en otros para un total de 687.031 mascotas.

El resultado es evidente: en los hogares españoles, por extensión en los canarios, ya habitan más animales que niños y niñas menores de 15 años. A la vista de estos números, no debe sorprender que la provincia de Santa Cruz de Tenerife cuente con más profesionales dedicados a la rama de Veterinaria (588) que especialistas de Pediatría (160), disciplina que no obstante viene arrastrando un déficit crónico desde hace ya varios años.

La psicóloga sanitaria, sexóloga y terapeuta Indira Alcalá Franco considera que contar con una mascota en casa se ha convertido «en algo común, está de moda y puede resultar hasta necesario», por cuanto desarrollan una función afectiva muy importante y, en este sentido, explica que ser madre o padre de un animal supone adoptar un rol que llena vacíos existenciales. «Hay quienes las consideran un hijo o una hija; les gusta hablarles en un tono especialmente cálido y hasta infantil, como si se tratara de niños pequeños... Cuesta imaginar establecer un vínculo tan especial, complejo y profundo con un animal», dice, un calor que en estos tiempos contrasta con la frialdad de las tecnologías.

Por ello, no extraña que muchas personas «establezcan vínculos profundos y auténticos con sus mascotas, celebren sus cumpleaños, compartan momentos especiales, sus más profundos secretos, sean sus confidentes, y hasta lloren y vivan el dolor del duelo cuando fallezcan». En el fondo, esta profesional entiende que tal actitud está ligada a «la necesidad de volver a creer en la aceptación desinteresada e incondicional; necesitamos incrementar nuestra calidad de dar y también de recibir afecto sin percibir ese incómodo sentimiento de que algo tenemos que dar a cambio, que alguna respuesta se espera de mí, que el hecho de pedir un favor o estar necesitados es síntoma de vulnerabilidad».

Según miembros de la Sociedad Española de Psicología, entre un ser humano y un animal se intercambia información no verbal y gestual que representa, aproximadamente, el 70% de la que podemos transmitir, facilitando así lazos de afecto entre ambas especies. Por eso muchas personas generen vínculos realmente intensos y significativos con sus mascotas, pues les proporcionan momentos de felicidad –sobre todo en la vejez o en fases de depresión– de manera desinteresada, llegando incluso a incrementar su calidad de vida.

Ese proceso de humanización –una crítica muy común que reciben quienes hablan de sus animales como un miembro más de la familia– conduce al punto de que «celebramos sus cumpleaños con globos, tartas, cotillones y hasta tarjetas de invitación». A su juicio, lo que se pretende con este comportamiento es «darles un lugar en nuestro espacio vital, en el hogar, en nuestro corazón y nuestra vida, como uno más, con todos los derechos y atenciones, cuidados y bienestar», proporcionándole desde un chip de identificación, la preceptiva tarjeta de vacunación y un veterinario de confianza.

No obstante, Indira Alcalá también señala que al humanizar a la mascota, «tal vez le estemos restando la posibilidad de que nos ofrezca su verdadero potencial», ya que el hecho de mimarla al extremo y en exceso puede convertirla en un ser inútil. «Lo que verdaderamente necesitan es desarrollar sus propias habilidades y destrezas, más que acabar convertidos en niños caprichosos y mimados». Por ejemplo, un perro al que estemos todo el rato peinando, vistiendo o llevándolo en el bolso de tienda en tienda puede desarrollar en un futuro problemas de conducta, porque ellos tienen instintos animales y unas necesidades que deben ser cubiertas. Un perro necesita salir, olfatear, socializar...

Es evidente que los animales de compañía cuentan con capacidades sociales, emocionales y comunicativas, por lo que son bastante más parecidos a las personas que un microondas o una lavadora, pero distan bastante de parecerse a un humano. Por tanto, hay que buscar el equilibrio entre tratar a un perro como un niño y tratarlo como un animal.

A propósito, el fenómeno de los llamados perrhijos o gathijos –términos acuñados en México–  resulta esclarecedor de los ejemplos más extremos, caso de vestir a las mascotas como si fueran humanos, pasearlas en carritos, hacerles la manicura, celebrar sus cumpleaños con un fiestón por todo lo alto y hasta crearles una cuenta de Instagram e incluso incluirlas como invitadas a eventos sociales, tales como bodas o conciertos, olvidando que no es su hábitat natural y puede afectarlas como especie.

La psicóloga sostiene que estamos asistiendo a «un nuevo estilo de vida, el de las familias interespecie, o bien del tipo que sean, pero donde la mascota está considerada como un miembro más». De ahí que cada vez sea más habitual encontrar parejas –la generación conocida como millenials es el grupo de población con más animales de compañía– que deciden adoptar un perro en lugar de tener hijos propios, porque esta segunda opción representa asumir un rol «complicado, costoso e incompatible con el ritmo de vida que llevamos hoy en día», subraya.

Las razones que explican este comportamiento son variadas: «Será porque un perro no te da tantos problemas ni te exige tanto como las personas; será porque la soledad es galopante; será porque no está socialmente aceptado invadir el espacio ni el tiempo de nuestros vecinos, amigos, compañeros, ni parientes cercanos y mucho menos lejanos; será porque la migración por mejores condiciones de vida nos hacen establecernos en ciudades, alejarnos de nuestros seres queridos y hacer nuevos amigos no es tan fácil; será porque establecer una relación de pareja es bastante complicado, porque existe poca o ninguna tolerancia y el compromiso no está de moda; será porque estamos demasiado enganchados a las redes sociales, también a los videojuegos, al WhatsApp, etc».

En este sentido, la psicóloga valora el hecho de que «la gente ansíe tener un perro como amigo incondicional, acaso porque no te pregunta ni te exige nada; te espera fielmente en casa, siempre está a tu lado y jamás te abandona». También puede ser la solución «para disponer de tu propio tiempo, no depender de nadie emocionalmente –los animales no te vinculan a otra persona de por vida– y tampoco esperar a que otros dependan de ti más de lo necesario». Además, tal y como subraya esta experta, «debemos combatir la soledad, el poco espacio urbano y hasta obligarnos a salir de casa y hacer ejercicio, razones por las que una mascota puede convertirse en el miembro ideal de la familia, aunque seamos solo dos».

Indira Alcalá explica que el gesto de adoptar una mascota en un albergue suele llevar implícita la convicción «de que ha sufrido abusos, abandono y debemos protegerla, evitándole a toda costa la sensación de sufrimiento, llenando todos sus vacíos». De ahí la sobreprotección y en ocasiones permitirle licencias como dormir en nuestra propia cama. «Tal vez, lo que en realidad estemos proyectando es nuestra propia sensación de abandono, no superada, y acaso la necesidad de protección que jamás hemos logrado sentir». Y también advierte que con estos comportamientos, el animal «sufrirá ansiedad cuando lo dejemos solo en casa, también miedo y hasta enfado porque entienda que lo estamos abandonando».

A manera de conclusión, esta experta recomienda aplicar una fórmula: «Nutrir mutuamente la relación entre el animal y el humano, permitiéndose cada uno su espacio para que así puedan desarrollar lo mejor de sí mismos». El mayor de los beneficios es, sin duda, «que una mascota nos brinda auténtico bienestar, da sentido a nuestra vida, nos recibirá siempre con alegría y nos ayudará a mejorar nuestros lazos afectivos».

El hecho del progresivo crecimiento de las mascotas, en detrimento de los niños y niñas, también se explica porque cada vez resulta más fácil integrarlos en el día a día con respecto a otros tiempos.

La Ley de Protección y Bienestar Animal, que entró en vigor el pasado 29 de septiembre, abre dudas y lagunas. Está el deber del propietario de contar con un seguro para perros y realizar un curso de tenencia de animales, pero que no será obligatorio hasta que se desarrolle el reglamento. Por lo que se refiere a la participación de los animales en eventos sociales y festivos, como las romerías, la ley no lo prohíbe, aunque sí establece condiciones para garantizar el bienestar animal, como el tiempo de descanso, el acceso al agua o la prohibición de exponerlos a temperaturas elevadas. Otra laguna es la de los perros de caza, excluidos de la norma, y sobre las colonias de gatos, los ayuntamientos están obligados a gestionarlas (microchip, esterilización), lo que supone una importante inversión en recursos, tiempo y dinero. El hecho es que aún esta pendiente de elaborarse el listado de animales que se consideran mascotas.

Si bien todavía existen trabas, los animales domésticos pueden viajar en transporte público, ir a restaurantes, disfrutar de sus propios parques, dormir en hoteles o darse un chapuzón en la playa. En el caso de Tenerife, desde el pasado 1 de junio es posible viajar en las guaguas de TITSA o en el tranvía con mascota, aunque con algunas limitaciones. También son cada vez más las personas que reivindican que sus amigos tienen derecho al ocio y, en este caso, las playas representan una excelente opción. Las competencias sobre permitir o prohibir la entrada de animales en estos espacios son de los ayuntamientos, pero se abre el debate entre quienes aducen argumentos como la imposibilidad del acceso a las mascotas en aquellas zonas con gran afluencia de personas, además de por motivos sanitarios o higiénicos.

Todos estos cambios sociales y demográficos se reflejan en el ámbito económico, porque el hecho de tener una mascota implica un gasto para sus dueños que además va en aumento. El sector veterinario en España facturó 2.300 millones de euros en 2022: cada clínica veterinaria ingresó 351.025 euros de media el año pasado, un 6,2 % más que en 2021. Según el cálculo de La Real Sociedad Canina de España (RSCE), tener un perro como animal doméstico cuesta unos 105 euros al mes y unos 1.205 euros al año. Los expertos también recuerdan que antes de acoger a estos nuevos miembros en la familia se deben sopesar los gastos que van a suponer. De entrada, se necesitarán enseres básicos. También pueden surgir imprevistos como pruebas médicas, vacunas u operaciones que pueden oscilar entre 100 y 400 euros. La media del gasto en comida se estima en 68 euros mensuales.

Y a manera de epitafio, más allá de titulares de prensa tales como Una millonaria deja toda su fortuna a su perrita, en España no puede redactarse un testamento en el que un animal sea heredero. Eso sí, el Código Civil ya recoge en su artículo 914 bis que si ninguno de los sucesores quiere hacerse cargo del animal de compañía, la administración competente (generalmente el ayuntamiento) podrá cederlo a un tercero para su cuidado y protección.

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